miércoles, 7 de enero de 2015

Dos



Levantó la vista y miró a su alrededor. Nunca creyó en el destino. Jamás. Detestaba a las personas que se sentían autoinmunes con ese pretexto. 
Sin embargo, ella, yacía a su lado desnuda, exhausta por una noche de placer. 

El esta seguro que nada hizo para conocerla. Nunca la imaginó y mucho menos fue un deseo. Y ahora ahí estaba, con el cuerpo transpirado y lleno de preguntas y deducciones, con la que podría ser el amor de su vida o una historia de pasión incondicional. 

Ella lo miraba. Aún sabiendo que él no era quien decía ser, lo veía diferente. Creía que nada de lo que había pasado, había sido porque sí. Lo que comenzó con una conversación en un bar terminó en un encuentro del tipo clandestino en el que dos fuegos ardieron fuerte, libres. 

Aquella primera tarde, quisieron creer que una realidad entre los dos podía ser posible y se lanzaron a la aventura. Sin embargo, había algo en la mirada de él que en ella despertaba cierta intriga.

No tuvo dudas entregándose en sus brazos, tampoco al aceptar su propuesta indecente. Ahora era demasiado tarde para dejar que las preguntas lleguen a su cabeza. 

Se habían amado, sin saber que eso era amor. Se entregaron sin pedir nada a cambio. El tiempo pasaba lentamente. Ella posó su mano sobre el muslo de su amante. Forzando un contacto natural, como una muestra de agradecimiento. Nada tenía sentido, el lugar, el clima, el momento en sus vidas. Todo era muy extraño pero ninguno le importaba. Los miedos esa tarde fría volaron lejos. Fue la excusa perfecta para desaparecer del mundo por una horas y ser gigantes, imparables, amantes perfectos sin cambio cierto, sin destino marcado.

Él beso su boca mientras entrelazada los dedos de su manos con los de ella, y le dijo "gracias". Ese fue un "gracias" que significaba mucho más que lo que aparentaba. Ese "gracias" salía a voz viva de un corazón que había vuelto a creer. En ese instante, ella sintió que todo lo que había sucedido junto a él, había cobrado un gran impacto en su vida. No sólo por el hecho del momento en sí, sino porque supo animarse a dar el gran salto. A dejar atrás una historia que la tenía prisionera desde hacía tiempo. 

Él fue su salvador. 

Era hora de la partida, la distancia entre ambos tomaría dimensiones infinitas. Ya no eran los mismos, las cosas tendrían pesos diferentes. No era una relación, nada los ataba y eso era exactamente lo que ambos estaban buscando. 

Mientras se despedían el fuego aún quemaba sus pieles. Él prometió entregarle una tarde más, reservaría su cuerpo para el calor de sus manos, esas manos que acariciaban su rostro como nadie más. 

Ella lo miró sonriendo. Lo abrazó con una fuerza que sólo podía haber salido directa desde el alma y le devolvió el agradecimiento con un último beso. Ella dejó atrás los fantasmas que la acompañaban y aceptó darse así misma una especie de nueva oportunidad casi sin pensar demasiado. 

Ambos habían elegido el mismo camino y eso que nada los ataba al principio, terminó siendo el inicio de una verdadera transformación. Ellos no cambiaron. Seguían siendo los mismos, la esencia de cada uno se mantenía intacta. Habían encontrado su norte, la luz en medio de la oscuridad. No necesitaban más que el calor del otro, su compañía no tenía valor. 

Estaban solos, dentro de ese mar de personas que los rodeaban, no pedían nada más que los encuentros se repitieran, cuándo debía ser. Eran felices así cada uno en su mundo, en la misma constelación, girando en el asfalto de días inmaculados. Nunca se dirán que se aman por que creían en las supersticiones, aquello que se dice no se cumple, aquello que se anhela no se cuenta. 

Prefirieron dejar que las energías, o aquello, la fuerza que los había unido los dejará en medio de mil certezas, se volverían a mirar sin culpas, despojados de excusas, de toda vergüenza. Como reflejo fiel uno en el otro. Justo allí, se habían dado cuenta, ser maestros y aprendices significaba lo mismo. Eran "eso y más", presente que compartieron como sueño de miel. 

Llegaron a ese punto donde el creer fue posible y las ausencias de otros tiempos perdieron valor. Quizás fue un instante. Pero hizo que la vida pase a otro plano, que sean invitados privilegiados en una fiesta con final incierto, poco racional pero decididamente poética. 

Aquella celebración los había envuelto en un tierno capítulo que renacería en un dejavú eterno. Si acaso el tiempo lo permitiera. O el destino incierto.

Escrito con Edith Lorena Cruz