martes, 22 de septiembre de 2015

Paréntesis vital


No hacía falta las palabras pero una a una surgían para embellecer el momento. La eternidad se hizo pequeña, los mundos se convirtieron en esferas diminutas, las montañas en partículas de arena y los ríos en charcos que cabían en una mano. Éramos juntos. La unión nos hizo gigantes y de pronto el universo yacía debajo de nuestras caricias y se escondía de miedo a que sucediera un nuevo bigbang.


Dejó caer su alma en mis brazos, sublime fue extraer del tiempo un pedazo y disfrutarlo con la intensidad que tiene el aleteo de un picaflor, con la belleza de hipocampo enamorado, con la fuerza de un huracán caribeño.


Verla bailar entre sueños y fantasías hecha realidad, descuidando las inclemencias de la suerte fortuita y elevando al máximo la existencialidad envuelta en un charco de belleza extrema, tan significativa que si el mundo hubiera explotado en mil pedazos no hubiéramos percibido siquiera una simple brisa...


La amé con toda mi alma, deposite mi corazón herido en una bandeja recubierta de anhelos y le pedí que hiciera con él castillos poderosos lo suficientemente fuertes como para enfrentar su ausencia, sin presentir que alejarme de ella condenaría mi esencia a ser un cúmulo de desperdicio humano, sin vida, sin sentidos, de ser o existir.

Al menos sentí, al menos puedo creer que el sendero que la vida marcó en mí, tiene un mundo de paz y de luz. Fui libre y volé con su mirada, fui único y cada átomo implosionó para salir despedido por el espacio, me estrellé en los momentos más hermosos de mi vida y cada herida fue sanada con sus besos.

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